Blog de Ignacio Simal: opiniones falibles, propias y ajenas, abiertas a la conversación no dogmática.

30 mayo, 2010

Las posesiones y dineros de las iglesias, patrimonio de los pobres


Articulo publicado a través de tres entregas en LupaProtestante.com (2009)

El principio de las cuatro partes
 
Estamos finalizando 2009. Las iglesias e instituciones cristianas ya llevan tiempo trabajando en la tarea de preparar sus presupuestos. Es, pues, un buen momento para hablar de dinero.

Algunos, espero que los menos, pensarán al leer el título de mi columna que ha salido de un teólogo de la liberación o de un pertinaz izquierdista. Nada más lejos de la realidad. Fue Calvino, el reformador de origen francés, que en su deseo de regresar a las fuentes del cristianismo escribió: “Los obispos antiguos han formulado muchos cánones y reglas con los cuales les parecía que exponían las cosas más por extenso de lo que están en la Escritura, sin embargo acomodaron toda su disciplina a la regla de la Palabra de Dios, de tal modo que se puede ver fácilmente que no ordenaron nada contrario a aquella” (IRC, IV, capítulo IV, 1). De ahí que dijera, en concordancia con esos cánones, “que todo cuanto la Iglesia tenía en posesiones, o en dinero, era patrimonio de los pobres” (IRC, IV, IV,6). 


Nuestro reformador recupera para nosotros, cristianos del siglo XXI, la forma en que “los antiguos” diseñaban las líneas generales de su presupuesto económico. Reconocían la necesidad de sostener a sus pastores, de mantener sus “templos”, pero sobre todo tenían la convicción de que el centro de todo su presupuesto debía tener unos protagonistas principales: los pobres y los extranjeros.

Escribe Calvino que en la antigüedad se distribuía “la renta de la Iglesia en cuatro partes: la primera para los ministros; la segunda, para los pobres; la tercera, para reparación de las iglesias y cosas similares; y la cuarta para los extranjeros y pobres accidentales”. Cualquier lector, o lectora, adivinará que el 50% de las posesiones y los dineros de la Iglesia iban destinadas íntegramente a los desposeídos y necesitados. ¿Alguien imagina una iglesia que destine el 50% de su presupuesto a combatir la pobreza “ad intra” y “ad extra”..?

Y ahí está el meollo de la cuestión. No conozco iglesias, ni instituciones -esas que denominamos, infelizmente, “para-eclesiales”, que destinen la mitad de su presupuesto a proyectos que logren que los pobres y excluidos dejen de serlo.

Tal vez, en el inicio del calendario cristiano (tiempo de adviento), las iglesias, y sus instituciones, deben comenzar a caminar por senderos nuevos, distintos a los acostumbrados. Senderos que hablen, en voz más que alta, de solidaridad y compromiso con la realidad de la pobreza y la exclusión social.

¿Qué sucedería si el 50% de nuestros presupuestos fueran destinados a luchar contra la pobreza..? Posiblemente, y ante la respuesta a esa pregunta, comprobaremos que el patrimonio de los pobres, al contrario de lo que nos sugiere Calvino, son las migajas que caen de la mesa de nuestras iglesias. Ellos son actores secundarios en nuestros presupuestos eclesiales.

El salario de los pastores 

Los pastores y pastoras no cobran grandes sueldos por su trabajo. Esa es la verdad. Y lo afirmo a pesar de la dificultad de no conocer el sueldo medio de un pastor evangélico en nuestro país, no existen estudios al respecto. Sólo conozco con certeza lo que cobra el que aquí escribe. Por otra parte, bien es verdad que la mayoría de las iglesias evangélicas estipularán el sueldo de su pastor en base a su membresía y a las cualificaciones del pastor seleccionado. Un pastor cobrará una cantidad, mientras otro recibirá otra. La desigualdad económica se ha hecho un hueco en el espacio ministerial evangélico. Cosas del libre mercado... Pero eso es harina de otro costal.

En primer lugar, me gustaría decir que, en mi opinión, la tarea ministerial tiene que ver con vocación y no con remuneración. Mal empieza el que se plantea el ministerio cristiano con criterios económicos. Calvino tiene mucho que enseñarnos al respecto. Ya hemos escrito sobre el “principio de las cuatro partes”. Decíamos, en la anterior punto, que el 50% por cierto de las rentas y los dineros de la Iglesia deberían ir directamente a solventar las situaciones de pobreza y necesidad, mientras que sólo -pensarán algunos- un 25% se destinaba al sueldo del ministro eclesiástico.

Calvino escribe que los “antiguos” ponían mucho cuidado en que “los ministros, que deben servir de ejemplo a los demás de sobriedad y templanza, no tuviesen salarios excesivos de los cuales pudieran abusar para lujo y delicadezas, sino que simplemente proveyesen a sus necesidades” (IRC, IV,IV,6). Más adelante escribe el reformador que “si alguno comenzaba a excederse y se pasaba de la raya en la abundancia, la suntuosidad y la pompa, al momento era amonestado” por sus colegas, “y si no se corregía era depuesto” de su ministerio pastoral (IRC, IV,IV,7).

¡Cómo han cambiado los tiempos! Desde mis inicios en el camino de Jesús de Nazaret, siempre me sorprendió -y me sigue sorprendiendo- la imagen de algunos “ministros eclesiásticos” que, más que parecer seguidores de Jesús de Nazaret, se asemejan a hombres de éxito, cuasi ejecutivos de alto standing, auténticos figurines...

Los pastores y pastoras del pueblo de Dios debemos tener en cuenta que las posesiones y los dineros de la Iglesia son patrimonio de los pobres y ello debe iluminar nuestros apetitos económicos y estilos de vida. Me explicaré, el sueldo de los pastores subirá en estrecha relación a lo que ascienda el 50% de lo que, según el principio de las cuatro partes, corresponde a los pobres. Más claro todavía, si una iglesia quiere pagar a su pastor o pastora, por poner una cantidad redonda, mil euros brutos debe considerar que para combatir la pobreza debería dedicar dos mil euros. Os aseguro que, de ser así, las iglesias cambiarían su rostro y mostrarían, sin necesidad de discursos, que están -junto a sus pastores- al lado de los pobres.

Concluyo con el recuerdo de lo que enseñaba a mis estudiantes de teología: la situación de los levitas, en el texto canónico, estaba unida de forma indisoluble al destino y situación de los pobres del pueblo de Dios. Vienen a mi memoria dos versículos del libro de Deuteronomio en el que aparecen los levitas (¿pastores del pueblo de Dios?) insertos en el grupo de los extranjeros, huérfanos y viudas (Deut. 26:12,13). Lo que, en mi opinión, implica que su destino estaba ligado a los que podríamos calificar como grupos en peligro de exclusión social. Si el pueblo de Dios era pobre, los levitas eran pobres. Si los levitas eran pobres, el pueblo de Dios era pobre. Si los levitas era “ricos”, y el pueblo de Dios era pobre, algo no funcionaba. Y viceversa.

Uno de los puntos por los que pasa la renovación de la Iglesia, sin duda, tiene que ver con el aspecto económico y especialmente con la opción que pastores y pastoras, en compañía del pueblo de Dios, hagan por los pobres “ad intra” y “ad extra”. 

Los espacios eclesiales de reunión y su “necesaria” parafernalia
 
Evidentemente necesitamos espacios de encuentro donde celebrar nuestras actividades comunitarias y nuestro servicios diacónicos. No hay ninguna duda al respecto. Sin embargo el dispendio económico que supone el alquiler, compra o edificación de un espacio cultual y diáconico lleva a muchas comunidades a destinar buena parte del presupuesto a sufragar su gasto. Si a ese dato le añadimos el hecho de que la mayoría de nuestras comunidades evangélicas son pequeñas en número, la cuestión se complica todavía más.

Ha llegado el momento de introducir de nuevo el “principio de las cuatro partes” que nos sugirió Calvino recordando a los antiguos cristianos: El 25% del presupuesto es lo que debiera ser destinado al mantenimiento del espacio cúltico o diacónico, ni más, y si acaso menos. En ese 25% incluiríamos el gasto de alquiler, compra o edificación del lugar físico de reunión y trabajo social. No deberíamos obviar que el 50% del presupuesto, según los antiguos, iría a parar al combate contra la pobreza y la carencia de recursos de los que nos rodean, dentro y fuera de la comunidad cristiana.

Llegado a este punto nos es necesario atender a la pluma del reformador cuando escribe: “Lo que se dedicaba al adorno de los templos, al principio era bien poco. Incluso después que la Iglesia se enriqueció bastante, no se dejó de observar cierta moderación. Sin embargo, todo el dinero que se destinaba a este fin, se depositaba y dedicaba a los pobres, cuando la necesidad lo requería” (IRC, IV,IV,8). A continuación, Calvino, nos narra diferentes casos en los que se vendieron todos los ornamentos litúrgicos para atender a los pobres en sus necesidades. Es más, cita, entre otras, la acción de Cirilo, obispo de Jerusalén, que viendo el sufrimiento de los pobres en un tiempo de hambruna, y considerando su incapacidad económica para socorrerles, vendió todos los vasos y ornamentos sagrados de la Iglesia para paliar el hambre de los excluidos. El reformador protestante concluirá, coincidiendo con los antiguos, diciendo que “todo cuanto la Iglesia tiene es para socorrer a los pobres”.

¿Adónde queremos llegar? Muy sencillo: a la luz de lo dicho y recordado hasta aquí, las iglesias debieran optimizar y compartir sus recursos, no para ahorrar, sino para dar (tal vez, devolver) a los empobrecidos lo que en justicia les pertenece: una existencia digna.

Ello implica que las comunidades debieran plantearse, con seriedad evangélica, si mantener cientos de locales de culto para unas decenas de personas responde a una lógica de vida o a una lógica de muerte. Si comprar o construir un vistoso templo responde a una lógica de vida o a una lógica de muerte. A la hora de tomar decisiones al respecto debiéramos utilizar como criterio de actuación la situación de miles y miles de seres humanos que no disponen de lo necesario para construir una existencia digna. No puede ser de otro modo si todavía nos confesamos como seguidores de Jesús de Nazaret, aquel que siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos a todos... y no a unos pocos.

Es curioso que sea Juan Calvino, precursor del capitalismo según algunos, el que nos tenga que recordar, muchos siglos después de muerto, que las posesiones y los dineros de las iglesias son patrimonio de los empobrecidos... Todavía nos queda a los cristianos y cristianas del siglo XXI un largo camino que recorrer. Os aseguro que si nos tomáramos en serio el Evangelio y las palabras que de Calvino hemos recordado, toda nuestra vida, a nivel personal y comunitario, experimentaría una auténtica conversión. Una conversión que necesariamente cambiaría radicalmente el rostro de las iglesias tal y como lo conocemos. Y entonces, solamente entonces, el reino de Dios se haría presente en medio de la historia humana.

“Soli Deo Gloria”

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