Blog de Ignacio Simal: opiniones falibles, propias y ajenas, abiertas a la conversación no dogmática.

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10 junio, 2010

La diversidad protestante: ¿es posible la unidad y la comunión?

Por Ignacio Simal

Notas de la homilía expuesta por Ignacio Simal en el culto unido celebrado en Betel (25/04/10)

En un momento tan especial como el que estamos experimentando en esta celebración, es conveniente que nos interroguemos acerca de la unidad de la Iglesia. De entrada quiero afirmar, con rotundidad, que la unidad de la Iglesia pasa -necesariamente- por la comunión real -no místico-espritual- entre las comunidades que la conforman. Sólo la comunión entre nosotros, y la comunión con Dios, será capaz de conducirnos a la unidad tal y como Cristo la quiso (Jn. 17).

26 mayo, 2010

Pentecostés: “cuando la utopía dejó de ser una abstracción”

Apuntes de un sermón dominical

Los escenarios sociales en los que nos  movemos nos parecen casos perdidos. Y ello suele suscitar en nosotros un par de preguntas, ¿se puede cambiar el mundo? Y de ser posible, ¿cómo lograrlo?

Hoy las iglesias cristianas celebran Pentecostés, y a través de su celebración anuncian que lo imposible puede tornarse en posible. La meta de la Iglesia es encarnar la utopía que soñamos en un espacio tangible.

17 mayo, 2010

No era un Crisóstomo


Siempre que escuchaba uno de sus sermones dominicales llegaba a la misma conclusión: el que nos hablaba no era un Crisóstomo. Y con ello no estoy diciendo que no conociera la Biblia y la teología, o que careciera de formación, sino que era monótono y lento en su predicación. Se pasaba por el forro todas las reglas del buen comunicador.  Nunca pude averiguar qué estructura tenía su sermón. Y os aseguro que en esas tardes calurosas de agosto, después de una buena comida, su predicación invitaba a la siesta.

La persona que describo era pastor, pastor protestante. Pero si  bien no brillaba en su prédica dominical, era alguien de summa cum laude en su labor pastoral. Cercano, compasivo, intuitivo, experto en el arte de escuchar y siempre dispuesto a acudir cuando alguien demandaba su compañía. Por ello nunca me extrañó la afluencia de personas, creyentes y no creyentes, a la iglesia que pastoreaba.

No era un Crisóstomo, ni falta que le hacía.
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