Apuntes de un sermón dominical
Los escenarios sociales en los que nos movemos nos parecen casos perdidos. Y ello suele suscitar en nosotros un par de preguntas, ¿se puede cambiar el mundo? Y de ser posible, ¿cómo lograrlo?
Hoy las iglesias cristianas celebran Pentecostés, y a través de su celebración anuncian que lo imposible puede tornarse en posible. La meta de la Iglesia es encarnar la utopía que soñamos en un espacio tangible.
A través del recuerdo de Pentecostés podemos responder de forma positiva a las preguntas que hemos planteado. Para reflexionar sobre ello quisiera exponeros un caso perdido simbolizado por la ciudad de Jerusalén a través del Evangelio según Mateo.
El evangelista, desde el inicio de su evangelio, declara que Jerusalén está turbada ante la noticia del nacimiento de Jesús (Mat 2:3). De Jerusalén vienen los escribas y fariseos que interrogan a Jesús acusándole, a través de la práctica de sus discípulos, de “quebrantar la tradición de los ancianos” (Mat 15:1,2). Jesús enseña a sus discípulos, en diferentes ocasiones, el destino que le espera en Jerusalén (Mat 16:21; 20:17). El profeta de Galilea exclamará: ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, pero no quisiste! (Mat 23:37ss). Los principales sacerdotes y los ancianos azuzaron al pueblo de Jerusalén para que ante la oferta de Pilato de soltar a Jesús o a Barrabás, optaran por la liberación del último y la muerte del primero (Mat 27:15ss). Y al final, Jesús muere crucificado en Jerusalén. Todo apunta a que Jerusalén es un caso perdido.
Sin embargo, contra toda expectativa humana, será Jerusalén la ciudad elegida para que lo imposible se torne posible. La ciudad donde la utopía comience a hacerse realidad. Si hacemos una lectura rápida del libro de los Hechos hallaremos una serie de datos que nos narran una serie de acontecimientos que ocurren en la ciudad de Jerusalén y que contrastan, de alguna manera, con lo que hemos visto en el Evangelio de Mateo. Observamos como los discípulos y discípulas de Jesús recobran el aliento a través de las enseñanzas del Resucitado (Hch. 1:3). También notamos como los seguidores de Jesús dan la cara por su maestro (Hch. 2:14). Un numeroso grupo de personas, que habitan Jerusalén, responden positivamente al anuncio del Evangelio ( Hch. 2:41). Y no sólo eso, sino que algunos sacerdotes ¡¡!! obedecían a la fe de Jesús (Hch. 6:7). También de los principales acosadores de Jesús en los evangelios -de la secta de los fariseos- habían creído al mensaje de Jesús (Hch. 15:5). Y como culminación los discípulos de Jesús son capaces de crear un espacio donde se abre paso la nueva sociedad tal y como Dios la desea (Hch. 4:32-36). Jerusalén, esa ciudad que apedrea y mata profetas, comienza a experimentar profundos cambios. Lo que parecía imposible de conseguir comienza vislumbrarse como posible.
¿Cómo ha podido ser? ¿Qué es lo que ha motivado cambios tan radicales? El secreto de todo, como sabéis, se encuentra en lo acontecido en Pentecostés (Hch. 2:1ss). Jesús , resucitado y exaltado por la diestra de Dios ha recibido la promesa del Espíritu y lo ha derramado sobre su pueblo (Hch 2:32-33). El derramamiento del Espíritu logra que un puñado de seguidores y seguidoras de Jesús salgan de su estado de perplejidad y temor, y anuncien a los cuatro vientos la buena noticia de Jesús. Regresen a la militancia a favor del Reino de Dios, llegando a la conclusión de que hay comenzar la encarnación del Reino en medio de la historia, aquí y ahora. El Espíritu ha logrado que el mundo nuevo se inicie en el espacio de muerte y rechazo en el que se había convertido Jerusalén. Van a experimentar problemas tanto dentro de su movimiento como fuera del mismo. Por un lado murmuración e hipocresía (Hch. 5; 6), disensiones teológicas (Hch. 15). Por otro persecución, cárcel y muerte por parte de los de fuera. Pero el poder del Espíritu les da fuerza para no cejar, para no dar marcha atrás en el camino iniciado (Hch. 4:23-31). Jesús no nos ha dejado huérfanos, nos ha enviado el Espíritu, y éste nos acompaña y nos da fuerzas para seguir la tarea de la construcción de la nueva sociedad de Dios.
Hermanos, hermanas, hoy celebramos Pentecostés. Y mediante la celebración de la donación del Espíritu por parte de Jesús a su pueblo nos abrimos al mundo para cambiar escenarios perdidos en escenarios salvados. Escenarios personales, escenarios familiares y escenarios sociales pueden ser cambiados por la fuerza del Espíritu que habita en la Iglesia y en cada uno de nosotros.
No hay casos perdidos que, por la gracia de Dios, no puedan ser recuperados. La utopía puede dejar de ser una abstracción, aquí y ahora. Amén.
Realmente bueno. Gracias.
ResponderEliminarGracias ZeppelinPoma por tus generosas palabras.
ResponderEliminarUn abrazo.