Blog de Ignacio Simal: opiniones falibles, propias y ajenas, abiertas a la conversación no dogmática.

12 febrero, 2015

En ese arte era harto mediocre...

Siempre se le veía alegre. De su lengua siempre surgía una palabra expresada con entusiasmo. Sus fuerzas siempre daban la impresión de ser inagotables. No se arredraba ante nada. A todos nos parecía que su fe en Dios era capaz de mover montañas. Montañas insalvables para cualquiera de nosotros.

Llegó el día, le alcanzó el momento no deseado. Los más avispados, intuían que algo estaba sucediendo. Se le veía renquear, intentaba disimular su mal. Por cierto, no era un maestro en el arte de la simulación. No era un especialista en esas lides. Tal vez en otras sí, pero en ese arte, era harto mediocre.

Cuando todo acabó, no digo si bien o mal, descubrí en el Nuevo Testamento que atesoraba (sí, digo bien, atesoraba) unos versículos escritos de su puño y letra: "y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno? Si es necesario gloriarse, me gloriaré en lo que es de mi debilidad" (2 Corintios 11:28-30).

Quise leer esos versos en la versión en la que suelo meditar. Quiero deciros, que al leerlo de nuevo, entendí todo -espero que tú también-: "Y para no seguir contando, añádase mi preocupación diaria por todas las iglesias. Pues ¿quién desfallece sin que yo desfallezca? ¿Quién es inducido a pecar sin que yo lo sienta como una quemadura? Aunque si hay que presumir, presumiré de mis debilidades" (2 Cor. 11:28-30 BTI).

Nunca se permitió, cual Pablo, un desvarío público, fuera verbal o escrito. Nunca se permitió una pequeña locura (2 Cor. 11:7). El texto bíblico que escribió en su amado libro quedó oculto, hasta que un servidor lo descubrió. ¡Qué pena! ¡Qué dolor! Parece que en la actualidad ser "quijotes", dejando transparentar las propias "locuras", el propio dolor, no entra en lo que se espera de los que nos sirven.

Reitero, ¡qué pena! ¡Qué dolor!
.

En el Dios de Jesús existe un "desequilibrio" a favor del amor

Cuando hablamos de Dios, hablamos a tientas. Y ello a pesar de su manifestación a través de la carne de Jesús de Nazaret. Seguimos conociendo de forma limitada, todavía no vemos a Dios cara a cara, nos enseñará San Pablo (1 Cor. 13:12). De ahí que debamos ser muy cuidadosos a la hora de hablar de Él. Y si lo hacemos, debemos hacerlo con temor y temblor.

Y con temor y temblor afirmo que debemos dejar conducirnos por el criterio del amor, y no por el criterio de la ira y la venganza. No podemos fijar nuestra vista y atención en los textos de la ira, sino en los textos del amor de Dios hacia los hombres y mujeres que pueblan nuestro mundo. Dependiendo de donde pongamos nuestro entendimiento espiritual, así hablaremos de Dios y lo manifestaremos, en su gracia, a través de nuestra vida individual y/o comunitaria.

¡Equilibrio! Nos vocearán algunos. Pero hemos decir que el amor siempre -y digo siempre- debe ahogar la ira. No al contrario. Es algo que recoge, en mi opinión falible,  todo el espíritu que permea las Escrituras. En el Dios de Jesús existe un desequilibrio a favor del amor: "Tanto amó Dios al mundo, que no dudó en entregarle a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino tenga vida eterna. Pues no envió Dios a su Hijo para dictar sentencia de condenación contra el mundo, sino para que por medio de él se salve el mundo" (Jn. 3:16-17 BTI).

El texto del profeta Isaías que nos propone hoy el leccionario (Isaías 54:1-10) camina por el derrotero del amor. La voz del profeta es la voz de Dios, y viceversa, cuando escribe: "en un arrebato de cólera te oculté por un momento mi rostro, pero te quiero con amor eterno dice tu redentor, el Señor" (Isa. 54:8 BTI). ¡Dios jura no volver a encolerizarse, ni a apelar a la amenaza! Podemos, debemos indignarnos por el escenario que ofrece nuestro mundo, pero nunca debemos habitar en la indignación constante, sino en la fe que obra a través del amor (Gál. 5:6). No hay otro camino para las personas que pretendemos seguir a Jesús de Nazaret.

Acabo, porque debo finalizar, apelando a la Palabra que nos sale al encuentro a través del texto que afirma de forma categórica: "Aunque se muevan las montañas y se vengan abajo las colinas, mi cariño por ti no menguará, mi alianza de paz se mantendrá dice el Señor, que te quiere" (Isa. 54:10 BTI). Una esperanzadora posdata de la carta escrita en la carne de Jesús, nuestro Mesías, Señor y Maestro. Nada más, ni nada menos.

Soli Deo Gloria

11 febrero, 2015

"La espera" - Ignacio Simal


La paz de los vivos,
la guerra.
Ares pasea
ufano.
Pasea en la guerra,
grita en medio de ella.
Se alegra al oír
el borbotear de la sangre.
(Selah)
La paz de los muertos,
el silencio.
Hades pasea
en el silencio.
Pasea en el silencio,
guarda silencio.
Saborea
su triunfo.
(Selah)
Vivos y muertos
esperan la victoria de Yah,
su paseo triunfante
entre los dioses.
Paseará al amanecer
de la nueva mañana.
Nos nombrará,
y volveremos a la vida.
Pasearemos con Yah,
como viejos compañeros,
sintiendo el frescor
del nuevo día.
(Selah)

La espiritualidad auténticamente cristiana


"Día a día consultan mi oráculo, desean conocer mis intenciones, como gente que practica la justicia, que no abandona el mandato de su Dios. Me piden que haga justicia, desean la cercanía de Dios" (Isa. 58:2 BTI)

Somos increíbles los que intentamos ejercitarnos en la piedad. Somos capaces de dividir la existencia en compartimentos estancos, incomunicados el uno del otro.

Por un lado, cada mañana, meditamos en los textos sagrados para conocer la voluntad del Dios a quien decimos seguir. Anhelamos la justicia del mundo venidero para el mundo de acá. Imploramos la experiencia de la cercanía de Dios en nuestras existencias. Perseveramos en ello cada día de nuestra vida.

Mientras que por otro, cuando salimos al mundo exterior después de haber leído las Escrituras, y practicado la meditación y la oración, establecemos un divorcio existencial entre lo realizado en el cuarto secreto del alma, y nuestra práctica cotidiana.

A lo hora de vivir el día a día dejamos caer en el olvido lo que hemos visto en el espejo de las prácticas espirituales (Stgo. 1:23). Ya que mientras andamos buscamos nuestros propios intereses, nos movemos entre pleitos y disputas, somos implacables con nuestro prójimo e incluso nos sentimos tentados a perder las formas y soltar algún que otro puñetazo sobre la mesa o en la cara de algún semejante (Isa. 58:3,4). ¡Cuánta mediocridad Dios mío! Pretendemos ser luz, y nos convertimos en tinieblas.

Si tuviéramos un poquito de sensibilidad exclamaríamos con el apóstol Pablo, ¡quién me librará de este cuerpo de muerte! Pero no, nosotros seguimos a lo nuestro, dividiendo nuestra vida en compartimentos estancos.

La auténtica espiritualidad, la única que permite que la luz del Dios de Jesús de Nazaret brille en medio de las tinieblas imperiales, es la que es acompañada de justicia y misericordia en nuestro andar diario. Entonces, a la manera de Jesús, nuestra vida consistirá en un constante "
abrir las prisiones injustas, romper las correas del cepo, dejar libres a los oprimidos, destrozar todos los cepos; compartir tu alimento con el hambriento, acoger en tu casa a los vagabundos, vestir al que veas desnudo, y no cerrarte a tus semejantes. Entonces brillará tu luz como la aurora, tus heridas se cerrarán en seguida, tus buenas acciones te precederán, te seguirá la gloria del Señor" (Isa. 58:6-8 BTI).

La auténtica espiritualidad, toda ella incontaminada por los dioses de este mundo, logrará que los compartimentos estancos en los que hemos convertido nuestra vida se conviertan en vasos comunicantes, posibilitando -aquí, y ahora- nuestra colaboración en la construcción del mundo nuevo de Dios. La auténtica espiritualidad, reitero, cultiva nuestro reducto más sagrado, nuestra alma, y al mismo tiempo lucha a favor de la justicia y la misericordia en medio de nuestra aldea global.

Entonces, solamente entonces, "
el Señor será siempre tu guía, saciará tu hambre en el desierto, hará vigoroso tu cuerpo, serás como un huerto regado, como un manantial de aguas cuyo cauce nunca se seca. Volverás a levantar viejas ruinas, cimientos desolados por generaciones; te llamarán reparador de brechas, repoblador de lugares ruinosos" (Isa. 58:11-12 BTI).

Soli Deo Gloria
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