¿Hasta cuándo, oh Señor santo y verdadero, esperarás para juzgar y vengar nuestra sangre de los que moran en la tierra?” (Ap. 6:10). El grito de las víctimas que pide venganza en los que han sido sus verdugos llega a la presencia de Dios. Éste, probablemente, debe reaccionar en consecuencia... a no ser que las víctimas  cambien y perdonen a sus verdugos.

¿Quién tiene la última palabra en relación con la eternidad y el reino de Dios que viene? ¿Dios? ¿Las víctimas? ¿O tal vez los verdugos? ¿Puede Dios, de forma unilateral, perdonar a los verdugos dejando de lado a sus víctimas? Ahí se encuentra el nudo gordiano del asunto.

Quisiera señalar dos textos bíblicos que narran la relación víctimas – verdugos y que posibilitan un solución al nudo gordiano que hemos expuesto. El primero tiene que ver con Jesús de Nazaret. El torturado, vejado y asesinado Mesías murió pidiendo el perdón de sus verdugos (Lc. 23:34). No clamó gritando ¡venganza!, sino perdonando incondicionalmente. El segundo texto narra el asesinato del protomártir Esteban. Él también muere perdonando a sus verdugos (Hch. 7:60). En ambos casos se pide a Dios perdón para los verdugos. ¿Cómo responde Dios? ¿Hace caso omiso a la petición de las víctimas..?

Dios, tal como nos mostró Jesús de Nazaret, no es cruel. Es un Dios que desea, sobre todas las cosas, perdonar al ser humano. ¡Cuánto más si las víctimas se lo suplican! El perdón de las víctimas y la gracia de Dios logran la restauración radical de los verdugos mediante la recuperación de su humanidad perdida y volviéndoles en sí.

El targumista hebreo de Isaías escribió: “Entonces saldrán  y verán los cadáveres de los hombres pecadores, que se rebelaron contra mi Palabra, ciertamente su espíritu no morirá y su fuego no se extinguirá y los malvados serán sentenciados a la gehenna hasta que los justos digan de ellos: Ya hemos visto bastante” (Tg. Is. 66:24 –Trad. De Josep Ribera Florit-). En la tradición que se recoge en el Targum de Isaías, sin duda, se afirma que la duración del castigo de los verdugos está condicionado a la respuesta de su víctimas (los justos), y éstas dicen, “ya hemos visto bastante”.

Sin duda, la exhortación que la carta a los Efesios expone va en esa dirección cuando leemos que debemos ser “amables unos con otros, misericordiosos,  perdonándoos unos a otros, así como también Dios os perdonó en Cristo” (Ef. 4:32). Por extensión esa exhortación tiene que ver también con los que son beligerantemente enemigos. Ya Jesús nos enseñó que debemos amarles y desearles el bien (Mt. 5:43ss.). La ira, aunque sea justificada, no obra la justicia de Dios –siempre restauradora- (Stgo. 1:20).

La donación de perdón al que nos hace mal es consustancial al ser cristiano y al carácter de Dios.  Y el perdón, acompañado de la gracia de Dios, reitero la idea, logra la recuperación de la humanidad perdida de los verdugos y les vuelve en sí a la manera del “hijo pródigo” (Lc. 15:11ss.). Y ello por toda la eternidad. Probablemente el perdón de Dios es proléptico, anticipo del perdón último de las víctimas hacia los que han sido sus verdugos.

Como escribe el teólogo Jurgen Moltmann: "Es una fuente de gozo infinitamente consolador el saber que los asesinos no triunfarán definitivamente sobre sus víctimas, sino que, durante la eternidad, no seguirán siendo ni siquiera los asesinos de sus víctimas. La doctrina escatológica acerca de la restauración de todas las cosas tiene estas dos facetas: el juicio de Dios que lo endereza todo y el reino de Dios que suscita nueva vida" (La venida de Dios. Sígueme, 2004. Pág. 328). Un juicio de Dios que, añado, atiende al clamor perdonador de las víctimas (a la manera de Jesús o de Esteban) y un reino de Dios que suscita vida en todos los seres humanos, sean éstos victimas o verdugos.

Habrá un día en que veremos, al igual que Esteban,  los cielos abiertos y al Hijo del Hombre sentado a la diestra de Dios, y ante esa visión las víctimas clamarán a favor de sus verdugos diciendo “Señor, no les tomes en cuenta su pecado” (Hch. 7:56, 60).  Todas las víctimas de la historia están representadas en la actitud arquetípica de Jesús de Nazaret y Esteban. En ese día toda rodilla se doblará  tanto “de los que están en el cielo y en la tierra, -como los que están- debajo de la tierra, y toda lengua confesará que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:10-11).