Blog de Ignacio Simal: opiniones falibles, propias y ajenas, abiertas a la conversación no dogmática.

02 agosto, 2010

"Todos sois uno en Cristo" (LXVI Sínodo General IEE. Cartagena, 1995)



Hace quince años (1995) fui invitado a dar la ponencia del LXVI Sínodo General de la Iglesia Evangélica Española celebrado en Cartagena bajo el lema "Todos sois uno en Cristo" (Gálatas 3: 27-28). Y es ahora cuando me apetece publicarla entre mis "opiniones falibles". Lo publicó tal y como lo expuse, excepto en un punto que creo conveniente ampliar con una nota entre paréntesis. Respecto del resto de la ponencia, hoy, haría algunas matizaciones aunque nos las considero de especial relevancia.
Epero que la leas y escribas los correspondientes comentarios.

ESQUEMA

Þ  Introducción
¨    “Todos sois unos en Cristo” y realidad eclesial
¨    La unidad brotará de una realidad socioeclesial nueva
¨    Espacios “montaña” de libertad mesiánica
Þ  El proyecto paulino: creación de espacios “montaña” de libertad mesiánica
¨    Unidad de la Iglesia y pensamiento paulino
¨    Espacio “montaña” de libertad mesiánica y realidad social
¨    Características sociales de los espacios “montaña” de libertad mesiánica
¨    Propósito de los espacios “montaña” de libertad mesiánica
Þ  Obstáculos con los que se enfrentan los espacios “montaña” de libertad mesiánica
¨    Xenofobia, racismo y realidad socioeclesial
¨    Sexismo y realidad socioeclesial
¨    Clasismo socioeconómico y realidad socioeclesial
Þ  Conclusión
¨    Necesidad de una reflexión eclesiológica
¨    Construcción de la Iglesia y garantía de éxito

Introducción

“Todos sois uno en Cristo” es una expresión “políticamente correcta” en medio de una realidad eclesial “políticamente incorrecta”. Nuestra realidad eclesial está indudablemente alejada de esta afirmación paulina, y ello debido al pensamiento equivocado que desconoce que es una realidad social nueva que puede hacer surgir la unidad del pueblo de Dios.

Con esto quiero decir que la afirmación paulina que se utiliza como lema de este sínodo arranca de una triple afirmación que trata de configurar una realidad socioeclesial correcta: “ Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay macho y hembra “. Sólamente desde una configuración eclesial iluminada por estas afirmaciones puede surgir la unidad querida por san Pablo. Dicho de otro modo, la unidad de la Iglesia sólo puede brotar de una realidad social / eclesial  donde reine la justicia.

Esa nueva realidad social originada por el Espíritu de Dios vamos a denominarla espacio “montaña” de libertad mesiánica. Con dicha expresión queremos decir que la Iglesia: (1) es una nueva sociedad en medio de la vieja sociedad, (2) es una sociedad que vive en libertad, lo que implica necesariamente la justicia y la fraternidad, y (3) la realización de esa nueva sociedad, que es el pueblo de Dios, hace visible la Iglesia al mundo (Mt. 5:14ss). Sólo mediante la construcción de una nueva realidad social (pueblo de Dios) es posible la unidad, y la misión.


El proyecto paulino: creación de espacios “montaña” de libertad mesiánica

La unidad del pueblo de Dios es una idea que subyace a lo largo de todo el pensamiento paulino. Todo el esfuerzo del Apóstol fue dirigido a la fundación de iglesias que fueran capaces de expresar visiblemente la unidad, y la voluntad de Dios para toda la sociedad. De ahí que cualquier fisura que experimentara la unidad de la Iglesia / iglesias fuera duramente contestada por san Pablo ( 1 Cor. 1-4).

Para san Pablo la unidad surge de una toma de conciencia de la Iglesia como pueblo de Dios en medio de los demás pueblos, subrayando la dimensión social implicada  en la vivencia eclesial de una fraternidad entre los cristianos profundamente singular. Por esto podemos afirmar que la unidad querida por san Pablo únicamente puede brotar de una realidad social acorde con los ideales bíblicos de igualdad y fraternidad entre todos los seres humanos.

La Iglesia como pueblo de Dios debiera ser una luz (Is. 2.1ss) para los demás pueblos. Una luz que sugiriera cómo llevar a cabo el tipo de sociedad querida por Dios, la Nueva Creación.  Una luz que sedujera y fascinara a las gentes que conforman nuestra sociedad.

Espacio “montaña” de libertad mesiánica y realidad social

“Jamás ha habido tanta gente viva en estado de miseria. Dígase lo mismo de las personas minusválidas (físicas, sensoriales y psíquicas) que, según datos de la OMS, sumaban (en 1981) más de 600 millones... El siglo XX ha producido más muertos en guerra que todos los siglos anteriores juntos. En términos de población absoluta, nunca ha habido tanta hambre y miseria en el  mundo como la hay hoy” (Pániker: 23, 699). Esta es una descripción muy válida de la sociedad en la que vivimos, una sociedad donde la muerte y la injusticia se han hecho un hueco donde hacer su hogar.

San Pablo describe su momento histórico como un “siglo malo” (Gál. 1.4) que mantiene a sus gentes sometidas a la alienación (Gál. 4.3,8), y  fomenta modos de vivir insolidarios (Gál. 5.19 ss.). El Apóstol entiende que el ser humano necesita ser liberado de esa sociedad injusta y fomentadora de insolidaridad. Es más, está profundamente convencido de que Dios no quiere ese tipo de sociedad, y de que desea iniciar la construcción de un nuevo tipo de sociedad en Cristo (Gál. 6.15). Por ello la construcción de esa nueva sociedad pasa por la fundación de una Iglesia / iglesias que sean sociedades piloto donde se vislumbre el proyecto social de Dios que es el Reino.

La Iglesia se va construyendo por el evangelio (Gál. 3.1), y por   el bautismo  (Gál. 3.27ss). Cristo, crucificado por los poderes de este mundo,  se convierte en posibilidad de salvación para el ser humano, y el bautismo se convierte en el rito de ruptura con esta sociedad potenciadora de injusticia mediante la identificación con el crucificado para el ingreso en el pueblo de Dios, auténtico pueblo resucitado en el Cristo, auténtica Nueva Creación. Nueva Creación que se constituye en una nueva realidad social en medio de este mundo ( Gál. 1.4; 3.1, 27; 6.13,14).

La Iglesia / iglesias son verdaderos espacios de libertad en medio de una sociedad esclavizada (Gál. 1.4; 2.4; 5.1). Espacios de libertad generados por el Espíritu mediante el evangelio (Gál. 3.1-5). La libertad que crea el Espíritu, es una libertad asentada sobre la reconciliación entre los seres humanos. Si la Iglesia no es un espacio de libertad mesiánica ha perdido su razón de ser,  será incapaz de fomentar y crear la unidad querida por Dios, y por lo tanto quedará inhabilitada para la misión.


Características sociales de los espacios “montaña” de libertad mesiánica

La Iglesia como pueblo de Dios es una nueva realidad social, es una nueva creación, es un espacio de libertad mesiánica. Y esto se traduce en un rostro concreto, un rostro social que dice de la bondad de Dios, y su deseo de construir Su Reino.

La unidad (ya lo hemos dicho) brota de una realidad social nueva, diferente de la que estamos experimentando. Esa realidad social es el único terreno capaz de hacer crecer el fruto de la unidad. Ahora bien, ¿qué rostro social tiene la mencionada  Iglesia?.

En primer lugar, debemos decir que la Iglesia debe ser una realidad social no potenciadora de la nacionalismos excluyentes. En la Iglesia se da el mestizaje, y no la “limpieza étnica” por razón de cultura o de color de piel. No existen iglesias de judíos e iglesias de gentiles, sino iglesias mixtas, donde, repito, se da el mestizaje en base a la nueva “etnia” que el Espíritu ha creado: la “etnia” cristiana.

En segundo lugar, las diferencias por razón de status socioeconómico se disuelven en la comunidad mesiánica. No existe libertad donde el hambre y la opulencia habitan juntas ( Lc. 16.19ss). Lo que se persigue en la nueva realidad social (“Nueva Creación”) es que todos los seres humanos tengan lo necesario para desarrollar una vida digna (2 Cor. 8-9). No deben existir “iglesias del norte” e “iglesias del sur”, y de existir, la unidad de la Iglesia se torna imposible, y es una forma de testimoniar que ésta ha fracasado.

En tercer lugar, no hay lugar en la Iglesia para las diferencias por razón de sexo (NOTA 2010: hoy, 15 años después de haber expuesto esta ponencia, añadiría que tampoco hay lugar en la Iglesia para las diferencias y exclusiones por razón de orientación sexual). La mujer no puede ser relegada a un segundo plano en la vida de la nueva realidad social que Dios está creando. La función propia de la mujer no es el cuidado del hogar, de los hijos y del esposo. No existen funciones propias de la mujer en la comunidad mesiánica. La mujer y el hombre en pie de igualdad caminan juntos en la construcción de esa realidad nueva que es la Iglesia. No hay labores de hombres, y labores de mujeres dentro de la Iglesia.

En cuarto lugar, la Iglesia es una nueva realidad social donde prima el amor encauzado por el servicio al prójimo. Y prójimo, en primer lugar, es el hermano. Por lo tanto, los hermanos se deben los unos a los otros en el seno de dicha realidad. Por ello las estructuras que articulan la Nueva Sociedad, son estructuras de servicio, y no de poder.

En quinto lugar, en la sociedad querida por Dios el principio misericordia rige las relaciones fraternales (Gál. 6.1ss). La Iglesia esta marcada por el pecado y la debilidad, y lo mismo ocurre con sus miembros, y por eso la misericordia, la comprensión y el cariño deben encauzar las relaciones fraternales.

En sexto lugar, la Iglesia es comunidad abierta a “los otros”  (Gál. 6.10). Su opción preferencial es su propia edificación como espacio de libertad, lo cual no debe ser óbice para un servicio desinteresado a favor de los que no forman parte de ella. Si embargo, desde nuestro punto de vista, esto no es misión preferente de ella.

La Iglesia como pueblo de Dios, como nueva sociedad debe ser capaz de resolver en su seno las injusticias que la sociedad en que vivimos es incapaz de resolver. La Iglesia actual transparenta en su realidad práxica los mismos problemas que confronta nuestra sociedad, y muestra la misma incapacidad para darles una solución.


Propósito de los espacios “montaña” de libertad mesiánica

El propósito que persigue la creación de espacios de libertad en medio de nuestra sociedad es el llevar a cabo la misión, y la misión se halla indisolublemente engarzada al tema de la unidad del pueblo de Dios. Es esa unidad que brota de una realidad social nueva la que logra la incorporación al proyecto de Dios de una cantidad ingente de personas que, fascinadas por el estilo de vida del pueblo de Dios, unen sus destino al evangelio, mediante el bautismo (Mt. 28.19ss).


Obstáculos con los que se enfrentan los espacios “montaña” de libertad mesiánica

San Pablo luchó toda su vida por construir una Iglesia como la anteriormente descrita. No obstante experimentó muchos contratiempos en su vida ministerial. Existían sectores en la primera Iglesia que se introducían en las comunidades paulinas a fin de espiar la libertad que éstas disfrutaban (Gál 2.4). El axioma paulino “todos sois uno en Cristo” se veía en peligro. Se intentaba volver atrás. Se pretendía volver a edificar la Iglesia a la luz de lo ya periclitado (Gál 2.18).  El obstáculo judeocristiano se convierte en paradigma de todos los intentos actuales de volver a construir una comunidad según los esquemas esclavizantes de antaño. El que había sido “crucificado al mundo” (Gál 6.14), desenmascara el obstáculo, y lo denomina un “evangelio diferente”  (Gál. 1.8), un evangelio no liberador, sino esclavizante por querer mantener dentro de la Iglesia los esquemas existenciales de la vieja y finiquitada realidad social de la que proviene el pueblo de Dios.

Se puede decir que en el momento actual debemos atender a tres temas en los que nos jugamos el concepto de Iglesia como espacio mesiánico de libertad,  o sea, nos jugamos el proyecto de Dios para el tiempo presente: la visibilización del Reino de Dios de manera anticipada.

El primer tema tiene que ver con el resurgir de la xenofobia, y el racismo. La xenofobia, como bien se sabe, tiene que ver con el “odio, repugnancia u hostilidad hacia el extranjero”, y el racismo dice de la “exacerbación del sentido racial de un grupo étnico, especialmente cuando convive con otro u otros”. Debemos afirmar que estos fenómenos se dan en la Iglesia a diferentes niveles. Existe la xenofobia denominacional, o si se quiere teológica. Somos hostiles hacia aquellos que piensan diferente, o son de una extracción denominacional diferente de la nuestra. Somos militantes de la separación real de aquellos que son “extranjeros” eclesiales. Debemos ser capaces de vivir en la pluralidad, y convivir con el “diferente”. Se debe optar por un mestizaje teológico que dé a luz una teología de la unidad.

El siguiente nivel es la separación del pueblo de Dios en “unidades homogéneas” como propone el movimiento de “iglecrecimiento”. De ahí surge que los gitanos trabajen con gitanos, y creen iglesias de gitanos. De ahí que los catalanes creen iglesias de catalanes. Y que los castellanos creen iglesias de castellanos. Entre estas “unidades homogéneas” existirá una relación educada pero nunca realmente fraterna, y anticipadora del “todos sois uno en Cristo”. Nuestras iglesias deben cultivar la heterogeneidad, deben ser iglesias que afirmen la superación de las barreras nacionales y étnicas. De otra forma estaremos anunciado, y viviendo un “evangelio diferente”.

El segundo tema tiene que ver con la discriminación de la mujer por considerarla, de hecho, inferior al hombre. En la actualidad la mujer es discriminada en la mayor parte de la cristiandad. Se la mantiene alejada de funciones y ministerios que se entienden como propios del varón, y en algunos círculos eclesiásticos ni siquiera se le permite participar en el culto. La preparación teológica que a la mujer se le imparte es  todavía descriminatoria en muchos centros de formación teológica, así como los contenidos de las charlas, y conferencias de mujeres y para mujeres. La Iglesia sigue siendo androcéntrica, y por lo tanto patriarcal. La Iglesia es madre de los creyentes, como afirmará Calvino (Institución: IV,I,4), pero es manejada y dirigida por “padres”. En la Iglesia las mujeres son mayoría, pero son mayoría sin voz. De ahí la pertinencia de una teología feminista que libere al varón de su esclavitud a una cosmovisión patriarcal de la existencia. La Iglesia es una comunidad de iguales, donde todos sus miembros tienen la posibilidad de desarrollar su vocación sin ningún tipo de cortapisas por razón de sexo. Una Iglesia donde la mujer no cuente, es una Iglesia que ha optado por un evangelio diferente.

Y el tercer, y último obstáculo para la realización de la unidad de la Iglesia es la del clasismo que surge de la situación socioeconómica. Según los expertos en misiones y crecimiento eclesial, las “iglesias del Sur” están experimentando desde hace unos años un crecimiento espectacular, pero lo que no nos dicen esos expertos es que la mayoría de estas iglesias son la más viva encarnación de la pobreza. Viven esclavizadas por una sociedad injusta  que promueve la pobreza y la barbarie, pero también se puede decir que las “iglesias del Norte” viven de espaldas a esta realidad. Estas se creen libres, pero son esclavas de su insolidaridad y su riqueza. En la Iglesia “no hay ni esclavo, ni libre”; no hay “Norte”, ni “Sur”. Se deben establecer vínculos de solidaridad económica intereclesiales e intraeclesiales. Nuestras iglesias no deben ser la transparencia de las desigualdades socioeconómicas que existen en nuestra sociedad, a no ser que queramos caer en el anatema paulino.



Conclusión

Todo lo dicho nos conduce a la necesidad de hacer una reflexión seria sobre nuestra eclesiología, sobre nuestra manera de entender y ser Iglesia. Debemos optar por hacer una eclesiología desde la realidad del pobre, desde la realidad de la marginación por causa de la etnia o el color de la piel, y desde la historia de las mujeres . Como nos dirá Gustavo Gutierrez, una “teología -eclesiología- desde el reverso de la historia”. Sólo de este modo podremos contruir una realidad socioeclesial nueva, anticipadora del reino de Dios, y así estaremos en el camino correcto para la visibilización del “todos sois uno en Cristo”.

Debemos actuar, y debemos hacerlo “con la gratuidad del que sabe que su esfuerzo no está dogmáticamente asegurado contra las amenazas de frustración y bloqueo” (Miralles: 33).

De nosotros depende que el axioma paulino, “todos sois uno en Cristo”, no se convierta en una burla  a las “víctimas de historia” que se encuentran tanto dentro como fuera del pueblo de Dios.


Bibliografía Recomendada
Aguirre, Rafael. Del movimiento de Jesús a la iglesia cristiana. Desclee, 1987
Alegre, X. y otros. ¿Naufragio de Utopías?. Narcea, 1988
Berger, P. -Luckmann, T. La construcción social de la realidad. Amorrurtu, 1986
Cox, H. La Religión en la ciudad secular. Sal Terrae, 1985
Curiel, C. Gál. 3,26-29 en la estructura de la carta a los Gálatas. Deusto, 1994 -s.p.-
Gutierrez, Gustavo. La fuerza histórica de los pobres. Sígueme, 1982
Lohfink, G. El sermón de la Montaña, ¿ para quién ?. Herder, 1989
Lohfink, G. La Iglesia que Jesús quería. Desclee, 1986
Macdonald, M.Y. Las comunidades paulinas. Sígueme, 1994
Miralles, J. y otros. De cara al tercer milenio. Sal Terrae, 1994
Moltmann, J. El Dios crucificado. Sígueme, 1975
Pániker, S. Aproximación al origen. Kairos, 1982
Schüssler Fiorenza, E. En memoria de ella. Desclee, 1989

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