Peret y el peaje del fundamentalismo religioso

Foto: Voces para la conciencia y el desarrollo

Existen personas que pagan un duro peaje cuando se introducen, debido a su sincero encuentro con Jesús de Nazaret, en un espacio cristiano que, creyéndolo sano, estaba enfermo del virus fundamentalista.

 Ese fue el caso, en mi opinión falible, de Pere Pubill Calaf (Peret).  Simplemente es cuestión de escuchar su rumba “Cristo tiene poder” y su testimonio en el video que he publicado. Una vez que se adhirió, de buena fe, a un espacio religioso fundamentalista tuvo que tomar la decisión de abandonar “el mundo de la carne”, renunciar a cantar sus antiguas rumbas y adquirir un seudo lenguaje que interpretara su existencia. No podía ser de otro modo al habitar en un espacio que, presuntamente, le acogía con los brazos abiertos. No tenía muchas opciones.

Conocí a Peret fugazmente. Yo predicaba en una iglesia ajena al espacio religioso en el que Pubill militaba. El hombre que tenia ante mí, y que me estrechó su mano, me pareció una persona en lucha interior y triste. El conocido que le había invitado al culto ajeno, me comentó que se estaba planteando salir de la iglesia a la que había consagrado su vida.  Tal vez ese comentario afectó mi interpretación de su rostro.

Sin embargo, cuando visionaba en televisión las entrevistas que le realizaban, una vez consumada su ruptura con su espacio religioso, veía a un hombre lleno de alegría, esperanza y bondad. Y ello me impresionó, pues volvía a mi recuerdo el Peret que conocí durante aquel encuentro fugaz en el contexto de una pequeña iglesia evangélica. Su rostro había dejado de reflejar tristeza.

En 1992, con ocasión de la celebración de los Juegos Olímpicos en Barcelona, escuché la canción “Gitana hechicera”. Quedé perplejo al escuchar el estribillo de la rumba: “Ella tiene poder, ella tiene poder, Barcelona es poderosa, Barcelona tiene poder”. “Cristo” había sido trastocado en “Barcelona”.  Ello suscitó muchas críticas de parte del mundo religioso en el que, Peret, había transitado por mucho tiempo.

Al tiempo entendí, o creí entender, lo que él quería significar más allá de todo interés crematístico. No creo que él quisiera contraponer “Cristo” a “Barcelona”, sino una cierta imagen distorsionada de Cristo a una Barcelona que sueña con representar lo mejor de los valores cristianos; Barcelona como espacio de acogida a la diversidad cultural y étnica, donde impera el trabajo, la humildad, el amor y la poesía y donde la arquitectura apunta al cielo. Si no, leamos parte de la letra de  la rumba:

“De par en par a todos les abre su corazón,
sin excepción de raza ni de color.
Humildes trabajadores,
grandes poetas que le han cantado al amor,
una Sagrada Familia se ha levantado en su interior…”

Hace pocos días volvía a escuchar “Gitana hechicera”, en un video publicitario, trastocada en “Pipa hechicera”. El estribillo volvía a ser modificado: “La pipa tiene el poder, la pipa tiene el poder, Matupipas es poderosa, la pipa tiene el poder”.  Evidentemente, la empresa publicitaria, había optado por una persona y una canción que pudiera atraer consumidores hacia la marca anunciada. Y llegaron a acuerdos con Peret para utilizar su imagen y su creación. También otros artistas contemporáneos han prestado su imagen y sus creaciones musicales a campañas publicitarias. Nada que objetar, excepto que no me gusta que canciones emblemáticas se trivialicen cambiando su letra para fortalecer la imagen de una marca comercial.

Todo el trayecto (Cristo – Barcelona – Matupipas) que ha recorrido la letra de la rumba –tal vez objetando la última versión-, anuncia el peregrinaje de una persona desde su seguimiento de Jesús en un contexto religioso fundamentalista que le “obligó” a dejar de alegrar al “mundo” con sus rumbas, hasta su “liberación” para ser agente de esperanza y bondad en total coherencia con sus principios. Ahora, Peret, sigue a Jesús en un espacio diferente, en el que se puede mostrar tal como es, sin aditivos que enmascaren su pensamiento y cercenen su libertad para acertar o equivocarse. Él ya pagó, con creces, el peaje que le impuso el fundamentalismo religioso. Dejémosle respirar. Y con él, respiraremos también nosotros los aires del mediterráneo a través de sus rumbas.