Siempre se le veía alegre. De su lengua siempre surgía una palabra expresada con entusiasmo. Sus fuerzas siempre daban la impresión de ser inagotables. No se arredraba ante nada. A todos nos parecía que su fe en Dios era capaz de mover montañas. Montañas insalvables para cualquiera de nosotros.
Llegó el día, le alcanzó el momento no deseado. Los más avispados, intuían que algo estaba sucediendo. Se le veía renquear, intentaba disimular su mal. Por cierto, no era un maestro en el arte de la simulación. No era un especialista en esas lides. Tal vez en otras sí, pero en ese arte, era harto mediocre.
Cuando todo acabó, no digo si bien o mal, descubrí en el Nuevo Testamento que atesoraba (sí, digo bien, atesoraba) unos versículos escritos de su puño y letra: "y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno? Si es necesario gloriarse, me gloriaré en lo que es de mi debilidad" (2 Corintios 11:28-30).
Quise leer esos versos en la versión en la que suelo meditar. Quiero deciros, que al leerlo de nuevo, entendí todo -espero que tú también-: "Y para no seguir contando, añádase mi preocupación diaria por todas las iglesias. Pues ¿quién desfallece sin que yo desfallezca? ¿Quién es inducido a pecar sin que yo lo sienta como una quemadura? Aunque si hay que presumir, presumiré de mis debilidades" (2 Cor. 11:28-30 BTI).
Nunca se permitió, cual Pablo, un desvarío público, fuera verbal o escrito. Nunca se permitió una pequeña locura (2 Cor. 11:7). El texto bíblico que escribió en su amado libro quedó oculto, hasta que un servidor lo descubrió. ¡Qué pena! ¡Qué dolor! Parece que en la actualidad ser "quijotes", dejando transparentar las propias "locuras", el propio dolor, no entra en lo que se espera de los que nos sirven.
Reitero, ¡qué pena! ¡Qué dolor!
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Para que no la repitas
Hace 16 horas